Lo que escribimos nos mata en forma de poesía, pero hemos decidido ser felices sin quitarnos la tristeza de encima. Me da que la mejor forma de escapar es romperse, pedazos que le den sentido a lo poco que nos queda de común. El mundo es al fin y al cabo una terrible condena a cadena perpetua, todos ansiamos la libertad, como prisioneros arrepentidos en su camino a la silla eléctrica. Al principio no vemos que estamos en plena noche, en plena cárcel… pero nada es eternamente nada y de repente duele la catástrofe.
Entonces como peces muertos nos dejamos llevar por la corriente, sobrevivimos en medio de esta ilusión decadente, perdemos la antología de ser valientes (añorar, y a llorar), y rogamos que la mente calle para siempre.
Depender es perder.
Y no lo queremos asumir, “que sólo es un poco, que no pasa nada”. Que duele en el centro y nunca para. Sale de la pluma una flor que sueña vivir en una mirada. En el alma llueve y el agua se cuela por las ventanas, se corre la tinta, y el frío de un invierno terrible nos hiela la cara, como el impacto, a quemarropa, de mil balas.
Depender es perder.
Y no lo queremos asumir, “que sólo es un poco, que no pasa nada”. Que duele en el centro y nunca para. Sale de la pluma una flor que sueña vivir en una mirada. En el alma llueve y el agua se cuela por las ventanas, se corre la tinta, y el frío de un invierno terrible nos hiela la cara, como el impacto, a quemarropa, de mil balas.