Pájaros en mi cabeza


El mecer de un julio intenso, varios árboles desnudos y el río corriendo despacio. La paz de una segunda oportunidad. Y ahí quedaba. Tus palabras son el eco en mis desayunos y lucho en contra de tu voz que me desgarra y me cierra las alas cuando empiezo a despertar. Clara vez he visto que dormías en su pecho y que el son de sus latidos se apaciguaban con tu respiración, el nacimiento de una nueva vida. Hay amaneceres con más colores, pero te conformas con la aurora. En un baile con su cuerpo te tropiezas con sus curvas, te envenenas de su pelo y te confunde su mirada. Te enamoras. Bebes de tu propia sed para saciarte los sueños, y cada día que pasa, os fundís más. Es la confusión del primer paso, el quinto grado y mi lenta felicidad. Pues, desierto, quisiste acompañarte de cualquier otra esperanza sin fijarte que brillaba tanto que apenas se podía mirar. Ella se ajusta al modelo, pero es un oasis. Su transparencia innata conlleva una responsabilidad más grande que tu propio ego. Te equivocaste y he de admitir que, por ser fuego, alumbra y quema. Si tu piel en vivo es capaz de destrozar jirones de recuerdos no quiero pensar lo que eres tú por dentro, núcleo de distancia.

Existe un capricho que se hace comparar con lo que solíamos en la barra del bar. Ese instante, punto y final. Una cueva con cristales doblados de tanto llorar. Que te vayas y me dejes en paz. Y me alejé, dejándole la puerta abierta.


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