El consuelo de los ciegos voluntarios.

Tenías razón, loco esperpéntico, en tu voraz sátira. No se puede cerrar los ojos al mundo, no se puede ignorar lo que ocurre a tu alrededor y seguir creyéndote poeta si vives en un mundo paralelo donde la miseria es menos que un pensamiento fugaz.
No habrá más herencia que cicatrices para aquellos que abran los ojos, que vean que se ha llegado demasiado lejos con nada más que la inconsciencia como consentimiento. Rayos de luz iluminan la rabia y la culpa, pruebas empíricas del ‘yo lo hice’ cuando vemos esas fotos y cruzamos la mirada con esos que duermen como los perros, en la calle. Quien quiera pretender descartar de su voz esa olvidada amargura no será otra cosa sino más inepto que el que promulgue conocerla a la perfección. En tiempos de meetings en los que no se da ningún encuentro, nos distanciamos cada vez más de aquello que se supone que debería preocuparnos, esperando que el mundo cambie echando raíces en nuestros asientos privilegiados. Cabezas incompletas sin interés por quemar con palabras como bombas a quien intenta violar su pensamiento con el propósito de mantenerse en lo más alto, no ven que lo están consiguiendo. ‘Ya sabes que el rey es el rey, y es el rey de todos nosotros’, pero no en mi país, amigo, que yo no lo he votado. Quien sale a la calle a enseñárselo al mundo se come los suelos. Pero eso no nos importa mientras podamos seguir teniéndolo todo para concentrarnos en lo que nos duele, que es lo que no podemos tener. Que no hemos mejorado nada, que no nos diferenciamos en absoluto de quien depositaba su fe en los falsos ídolos y fueros arrasados por una ola masiva de realidad. Sólo que ahora esos falsos ídolos están hechos de papel y cuproníquel y actúan mejor que cualquier venda que puedas poner ante tus ojos. El cuánto vale es el límite de nuestra voluntad. Pecamos y negamos, y no peleamos contra el rebaño de corderos que nos aíslan del mundo. Posesiones materiales como drogas para el alma, que consumimos como adictos para acallar ese ruido que se esconde en el núcleo de nuestras cabezas y nos atormenta algunas noches justo antes de dormir. Esa es la verdad, somos yonquis del silencio, y cualquier cosa que nos haga dejar de valorar lo que nos rodea nos basta.
Así vamos, con la hipocresía de la mano, la mejor pareja de este mundo sin ley real al que pertenecemos. Porque las leyes son para proteger a las personas.


                                                                                                                                       Oniria.


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